TÚ TAMBIÉN ERES DIVINO, por José Antonio Marina
“En un mundo que se muere de aburrimiento y desdén, una prioritaria obra de misericordia debería ser hablar de nuestros entusiasmos, comunicar a los demás el interés, la emoción, la profundidad o la belleza que encontramos en las personas o en las cosas. Frente a una cultura del desprecio, construir una cultura de la admiración. Desde hace muchos años siento una viva fascinación por Baruch Spinoza, un pensador que vivió discretamente y que discretamente habita en las historias de la filosofía. No es inacabable como Aristóteles, ni copernicano como Kant, ni abrumador como Hegel. Es tan humilde y tan inevitable como el acento en la i de la palabra filosofía. Es verdad que Spinoza fue ante todo un teólogo, pero un teólogo que convirtió la teología en un tratado sobre la felicidad terrena. Spinoza se ocupaba de Dios, sin duda, pero lo que había entrevisto como horizonte definitivo de su vida y de su obra era una “nueva salvación”. Ni Cristo ni Moisés. La salvación -y la felicidad, que es la percepción subjetiva de esa salvación- reside en un peculiar modo de conocimiento. Ese es el hallazgo que llena de emoción su existencia”.
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En un mundo que se muere de aburrimiento y desdén, una prioritaria obra de misericordia debería ser hablar de nuestros entusiasmos, comunicar a los demás el interés, la emoción, la profundidad o la belleza que encontramos en las personas o en las cosas. Frente a una cultura del desprecio, construir una cultura de la admiración.
Desde hace muchos años siento una viva fascinación por Baruch Spinoza, un pensador que vivió discretamente y que discretamente habita en las historias de la filosofía. No es inacabable como Aristóteles, ni copernicano como Kant, ni abrumador como Hegel. Es tan humilde y tan inevitable como el acento en la i de la palabra filosofía.
SPINOZA, PRECURSOR DE LA AUTÉNTICA FILOSOFÍA
No he sido el único en sentirse deslumbrado por Spinoza. Heinrich Heine, que le consideraba el “filósofo del futuro”, escribió: “Quizá sin saberlo, todos nuestros filósofos contemporáneos miran a través de las lentes que pulió Baruch Spinoza”. Henri Bergson dijo lo mismo, casi al pie de la letra: “Todo filósofo tiene dos sistemas, el suyo propio y el de Spinoza”. Resulta curiosa esta ubicuidad, este modo de acompañar, suave y constante, como una sombra.
En 1.881, Nietzsche escribe a su amigo Oberveck: “Estoy estupefacto y encantado. Tengo un precursor, ¡y qué precursor! Apenas si conocía a Spinoza. Este pensador insólito y solitario es el más cercano a mí. En suma: mi soledad, que como en las montañas muy altas a menudo me dificulta la respiración y acelera mi sangre, es al menos una dualidad”.
A los 23 años, Karl Marx copió extensos párrafos de las obras de Spinoza y encabezó el manuscrito con el título: “Tratado teológico-político de Spinoza, por Kart Heinrich Marx, Berlín, 1.441”. En un texto que me llamó mucho la atención cuando lo leí por vez primera, Sartre confesaba que siempre quiso ser Spinoza y Stendhal al mismo tiempo. Unir la grandiosidad del sistema con la ligereza de la narración. Lo que todas estas citas confirman es que el ermitaño Spinoza, como le llamó Nietzsche, es un buen compañero.
La biografía de un auténtico filósofo -como la de un verdadero científico o poeta o músico- es siempre una aventura intelectual, el paso de la anécdota a la categoría, de lo cotidiano a lo permanente, de la actividad a la obra, de la “energeia” (fuerza, potencia) al “ergon” (acción, trabajo), de lo casual a lo necesario. En el fondo de cada gran sistema filosófico hay una experiencia originaria, un poderoso sentimiento, una intuición, una esperanza, que impulsan al pensador a través de las ideas, las páginas, los textos, los días. Bergson, que por algo ganó el premio Nóbel de literatura, lo ha expresado con gran elocuencia:
“El sistema se concentra en un punto, en algo tan extraordinariamente simple que el filósofo no consigue nunca expresarlo del todo. Por eso habla de lo mismo durante toda su vida. No puede formular lo que tiene en su espíritu sin sentirse obligado a corregir la formulación, a corregir después esa misma corrección. Toda la complejidad de su doctrina, que podría desplegarse hasta el infinito, no es más que la inconmensurabilidad entre una intuición simple y los medios de que dispone para expresarla”.
En el caso de Spinoza, parece difícil llegar a descubrir esa experiencia fundamental, porque, sin duda movido por su permanente cautela, fortificó su sistema, en especial la Ética, con todo tipo de murallas, barbacanas, fosos y bastiones estilísticos. Es como si pretendiera que nadie entrara en ella. Tal vez era una táctica para disuadir a los inquisidores. No hay que hacerle caso. Hay que introducirse en su castillo por efracción, perforando las defensas, sin entretenerse en contar las almenas, dejando a un lado, por el momento, los batallones de axiomas, teoremas, escolios. Ya habrá tiempo de volver a ellos con detenimiento. Lo importante es llegar al corazón palpitante de la ciudadela.
SPINOZA, EL RADICAL PURO, por Alain
“Spinoza aceptó el papel de impío y de paria, porque puso en la balanza los placeres de la amistad y los placeres del amor a Dios, y tomó partido por la felicidad. El movimiento de mezclarse con el pueblo es el movimiento propio de todo Espíritu. Pero el movimiento de retirarse en uno mismo, de negarse, es aún más fuerte. Tal es la situación de un espíritu moderno ante la Política, tan detestada como inevitable. Al leer los Tratados de Spinoza, encontraréis sin duda todas las condiciones de la República, y sin duda me perdonaréis también que haya considerado a Spinoza como el radical puro. Queda claro, pues, para qué puede usarse a Spinoza. Pues hay que preferir la justicia y vengar al inocente. Me resulta imposible no sorprenderme al comprobar cómo la imponente masa de los sacerdotes y de los fieles hace tan a menudo lo contrario y suscribe el esclavismo universal. Por eso ningún hombre fue más refutado que Spinoza. Puesto que Dios es uno e indivisible, Dios está presente por todas partes; por lo demás, eso es lo que se enseña. Pero pobre de quien lo enseña. Y el jesuita eterno nos recuerda que no hay que decirlo. Tal es, pues, el sentido del spinozismo, sentido muy positivo y muy fácil de comprender, siempre que estemos persuadidos de encontrarnos en presencia del Espíritu Universal. Esta convicción os hará soportable el pensamiento, y de repente os reconoceréis como hombres, siempre a la luz del axioma: El hombre es un dios para el hombre, que es la clave de la futura República y de la igualdad. He aquí el secreto de la Paz, que en cualquier caso es la Paz del alma, verdad muy ignorada. Por este motivo aprenderéis a tomar partido por Spinoza. Entonces, sin combate, el nazismo, el fascismo y toda suerte de despotismos serán vencidos, y la maldad enteramente impotente, tal como efectivamente es (pues no es nada). “
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Mi intención es corregir aquí lo que siempre me ha parecido abstracto y árido en el pequeño volumen azul que apareció en la colección de Delaplane, Les Philosophes. Durante mucho tiempo me he preguntado por qué no me gustaba ese resumen preciso y ponderado. Me parecía que el tono era del todo ajeno a la asombrosa empresa de Spinoza. Sí, me parecía que traicionaba a ese gran hombre al exponerlo en la mera dimensión del buen sentido. Eso me parecía muy de profesor.
EN LAS CIENCIAS, AL IGUAL QUE EN LA GUERRA, EL CORAJE ES SUFICIENTE; PERO LA MEDITACIÓN, PARA PONERNOS EN POSESIÓN DE NUESTRA LIBERTAD, QUE ES DIOS MISMO, NOS EXIGE UN ESPANTOSO AISLAMIENTO
La filosofía es, en efecto, una gran cosa; puede hacerse todo lo que se quiera con ella, excepto algo chato. Sucede lo mismo con la Razón y con la Sabiduría, que consisten sobre todo en un fuego cuya eficacia es importante conservar; pues nada se pierde con mayor facilidad que la vida y la fuerza de las ideas.
Comienzo, pues. Es preciso partir de Descartes y llevar esta admirable doctrina hasta Spinoza. Éste es el medio para no caer en la filosofía escolar y para despertar al hombre en el lector. Así pues, dejaos penetrar por el espíritu de las Meditaciones, atendiendo sobre todo a lo que pudo asustar al propio Descartes y devolverlo a las Matemáticas, cien veces más fáciles, donde igual que en la guerra el coraje es suficiente.
Consideraré primero la presencia de Dios, tan evidente en las Meditaciones. Imaginad que Descartes se sumerge en un retiro para estar solo, cultivar su propio espíritu y reencontrar el mundo entero y todo el Ser. En primer lugar, Dios, o el Espíritu, es indivisible: lo cual hace que, si descubrimos una parte de Él en nosotros, necesariamente debemos encontrarlo todo; de manera que la actividad de rezar, o de meditar, nos retira de los hombres y de las cosas y nos pone en posesión de nuestra libertad, que es Dios mismo. Semejante conclusión, que Descartes no desarrolló, debía asustarle, como todo lo que brinda al hombre un gran poder.
La posición del rey inspira naturalmente mucha desconfianza. En cada cual está el Espíritu absoluto, el Gran Juez, juez de todos los valores, juez de la opinión, de la majestad, juez de las ceremonias. Un poder semejante invita enérgicamente al hombre a fundar una religión: “¡Vaya -se dice a sí mismo-, otra más!”. Esta reflexión sobre sí fue la que animó a Rousseau, y no podía ser de otro modo. Estoy convencido de que Rousseau nunca pudo olvidar el capítulo de El Contrato social titulado “El derecho del más fuerte”, y de que jamás se lo perdonó. Exactamente, del mismo modo, también la moral de Kant, que hacía inútiles tantos razonamientos metafísicos, dio miedo a esta gran filósofo, que rechazó esta grandeza.
El penetrante ojo de Descartes había percibido todas estas dificultades. Además, aconsejado por Mersenne, el gran jesuita, debió arrepentirse de su puesto de soldado, bastante temible ya por sí mismo, y llegar a la Modestia absoluta de la que he encontrado ejemplos en Lagneau y en Lachelier.
He aquí que ya hemos avanzado bastante en nuestro camino, al conocer gracias a Descartes que el Espíritu es uno. Ahora bien, también Spinoza leyó a Descartes. Bajo el título de Cogitata Metaphysica había presentado a Descartes en proposiciones matemáticas. Pero Spinoza, por su parte, no tenía el menor miedo de su Espíritu y se entregó a él por completo, con la admirable ingenuidad de un lector de la Biblia. (más…)
SPINOZA Y SU INCONDICIONAL AMOR POR LA VERDAD, por Carl Gebhardt
“Que Spinoza pertenece a los grandes maestros de la humanidad lo han comprendido todos aquellos que han aceptado su doctrina, y justamente los teólogos tenían conciencia de que esta vida consagrada a Dios encarnaba las categorías que caracterizan al santo. En la filosofía ha alcanzado una posición que se agranda con los siglos y que sólo comparten con él Platón y Kant. La objetividad que caracteriza toda su vida se muestra en su incondicional amor por la verdad. En los principios fundamentales no admite ningún compromiso y si es necesario defiende su punto de vista con toda decisión. Aunque debía tener plena conciencia de la fuerza revolucionaria de su obras, rechaza toda forma de demagogia y sólo se dirige a la capa de los intelectuales, de la que debe salir la revolución. Por otro lado, la objetividad de su vida se muestra en su ilimitado desinterés. Le es extraño todo afán de posesión y de goces. Cuando busca la soledad lo hace por su obra; pero siempre se halla a disposición de quien acuda a él, y nadie es tan insignificante que no merezca señalársele el camino de la razón en una correspondencia que le roba tiempo. Contrario a toda fuga de la realidad quiere, como moralista y político, partir de las condiciones reales. Al fanatismo y la superstición opuso el ideal de una humanidad auténtica y de una tolerancia creadora. Él que venera la vida en lo más grande, la ama en lo más pequeño. En la Ética, código inmutable de las cosas fijas y eternas en que reside el ser, no desdeña hablar del perfume y de la gracia de las plantas en flor. El que mide el curso de las estrellas con telescopio pulido por él mismo, graba en su sello la imagen de la rosa.”
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Que Spinoza pertenece a los grandes maestros de la humanidad lo han comprendido todos aquellos que han aceptado su doctrina: Lessing, Lichtenberg, Herder, Goethe y Schleiermacher. Y entre sus discípulos justamente los teólogos tenían conciencia de que esta vida consagrada a Dios encarnaba las categorías que caracterizan al santo. “Spinoza y Cristo, sólo ellos muestran un puro conocimiento de Dios”, ha reconocido un príncipe de la Iglesia católica. En la filosofía ha alcanzado una posición que se agranda con los siglos y que sólo comparten con él Platón y Kant. Lo que lo destaca por encima de todos es que no sólo ha enseñado su filosofía, sino también que la ha vivido. Su vida es la demostración de su filosofía. Casi todas sus biografías fueron escritas por adversarios suyos; pero todos se inclinan ante su humanidad grande y pura.
SPINOZA DESTACA POR ENCIMA DE TODOS LOS FILÓSOFOS PORQUE NO SÓLO HA ENSEÑADO SU FILOSOFÍA SINO QUE LA HA VIVIDO: SU VIDA ES LA DEMOSTRACIÓN DE SU FILOSOFÍA
Lo que lo destaca por encima de todos es que no sólo ha enseñado su filosofía, sino también que la ha vivido. Su vida es la demostración de su filosofía. Casi todas sus biografías fueron escritas por adversarios suyos; pero todos se inclinan ante su humanidad grande y pura. La vida de Spinoza, escrita por el pastor Juan Koehler (Colerus), donde éste defiende contra él la resurrección de Cristo, la leemos con la misma veneración y edificación que si se tratara de la vida de un santo.
Spinoza creía en la verdad absoluta que es una misma cosa con la razón infinita de Dios y a la cual le es indiferente actualizarse o no en la mente humana. Porque la verdad es anónima prohibió que su obra capital, la Ética, apareciera con su nombre. Dio a su doctrina la forma demostrativa de la matemática, porque ésta es la que expresa con más perfección el carácter impersonal de la verdad. Que Spinoza era un gran escritor, que podía expresar su pensamiento con todo el poder del lenguaje, lo demuestran las notas y los apéndices de su Ética, lo mismo que muchas de sus cartas y, sobre todo, su Tratado teológico-político. Pero él no quería actuar por la forma, sino solamente por la verdad.
La objetividad que caracteriza toda su vida se muestra en su incondicional amor por la verdad. En los principios fundamentales no admite ningún compromiso y si es necesario defiende su punto de vista con toda decisión. Sin embargo, es uno de sus principios: “Hablar según la capacidad de comprensión de la gente y hacer todo aquello que no se opone al logro de nuestro fin”. Aunque debía tener plena conciencia de la fuerza revolucionaria de su obras, rechaza toda forma de demagogia y sólo se dirige a la capa de los intelectuales, de la que debe salir la revolución. “La lucha me es odiosa por naturaleza”, reconoce, fundado en un positivismo que aconseja apreciar sólo “lo que cada cosa tiene de bueno”.
Por otro lado, la objetividad de su vida se muestra en su ilimitado desinterés. Le es extraño todo afán de posesión y de goces. Es una de sus reglas de vida: “De los placeres hacer uso sólo lo necesario para conservar la salud. Adquirir dinero u otros bienes sólo en la medida necesaria para subsistir y conservar nuestra salud y para adaptarse a una vida social que no sea contraria a nuestros fines”. Cuando busca la soledad lo hace por su obra; pero siempre se halla a disposición de quien acuda a él, y nadie es tan insignificante que no merezca señalársele el camino de la razón en una correspondencia que le roba tiempo. “También me hace feliz que muchos comprendan lo que yo comprendo, que su entendimiento y sus deseos coincidan, por completo, con mi entendimiento y mis deseos”.
NO FUE IDEALISTA EN NINGÚN SENTIDO; CONTRARIO A TODA FUGA DE LA REALIDAD QUIERE, COMO MORALISTA Y POLÍTICO, PARTIR DE LAS CONDICIONES REALES
Para nosotros Spinoza ya no es como para los románticos, el santo alejado del mundo -espejo amable en que se contempla a sí mismo el universo-; santo quizá, pero de esos que están armados para todas las luchas del mundo y que descansan apoyados en su espada. En su sello había grabado la palabra “Caute” (¡Cuidado!). Es la divisa que corresponde a la flor en su escudo, la rosa con espinas: “Caute quia spinosa” (¡Cuidado que tengo espinas!). Valor y hombría son los rasgos esenciales de su carácter y no en vano virtud significa para él poder de obrar.
Está lejos de todo ascetismo. Compasión, arrepentimiento y humildad no son para él virtudes cardinales, sino signos de espíritu servil. Acepta la alegría como un bien en sí y rechaza la tristeza porque nos deprime. Ama las plantas y las flores, le agradan los adornos, la música, el deporte, el teatro, los placeres de la mesa. “Cuanto mayor es la alegría que nos embarga, tanto mayor es la perfección que alcanzamos”.
El poder de atracción de su personalidad es alabado por todos aquellos que lo trataron. La distancia que guardaba, nadie la sintió como una pretensión de superioridad. Era sencillo con los simples y amaba a los niños. En el ambiente cortesano del cuartel general francés se admiraron de la natural distinción de su porte. Siempre se cuidó de ir bien vestido cuando salía. “Una apariencia sucia y descuidada no nos transforma en sabios.”
Su objetividad también se muestra en su sentido de la realidad. Extensión y pensamiento son para él los dos aspectos equivalentes de la realidad. No fue idealista en ningún sentido. Contrario a toda fuga de la realidad quiere, como moralista y político, partir de las condiciones reales. La virtud no es para él ningún ideal etéreo, sino el estilo de vida adecuado a nuestra naturaleza. El hombre libre está por encima de la ley, porque lleva la ley en sí mismo.
La resignación que Goethe aprendió de Spinoza es la resignación que nace del conocimiento de la limitación de la naturaleza humana. “Aceptaremos todo con serenidad, sabedores de que sólo somos una parte de la totalidad de la Naturaleza, a cuyas leyes estamos sometidos.”
CONOCIDO COMO HOMBRE SENCILLO Y LLENO DE BONDAD, SU META DESDE EL INICIO DE SU MEDITACIÓN FILÓSOFICA CONSISTIÓ EN CONOCER LA UNIDAD DEL ESPÍRITU CON TODA LA NATURALEZA
Nunca nadie le oyó quejarse de enfermedad, ni tampoco de los amigos que los abandonaban, incapaces de seguirlo en su camino escarpado y peligroso. En la lucha de las moscas y las arañas vio el símbolo de las cosas humanas.
Su meta estaba fijada desde el comienzo de su pensar filosófico: “El conocimiento de la unidad del espíritu con el conjunto de la naturaleza”. No expuso su doctrina con un desborde de sentimientos místicos, sino con todo el rigor de la ciencia. Con una facilidad asombrosa asimila el pensamiento de su época, aprende los idiomas que se lo descubren y se apropia las ciencias especiales en que aquél estaba incorporado. El hombre de quien se creía que había pensado mucho, pero leído poco, es no sólo el pensador más profundo, sino también uno de los sabios más completos de su tiempo.
Era, en verdad, inteligente como la serpiente y puro como la paloma. Al fanatismo y la superstición opuso el ideal de una humanidad auténtica y de una tolerancia creadora. Él, que había eliminado todo lo humano y lo demasiado humano, de la concepción de Dios y de la naturaleza, pudo parecer inhumano a su época. En los rasgos de su retrato pintado por Van der Spyck se buscaba el “carácter de la depravación”. Sus caseros lo conocieron como hombre sencillo y lleno de bondad.
Él que venera la vida en lo más grande, la ama en lo más pequeño. En la Ética, código inmutable de las cosas fijas y eternas en que reside el ser, no desdeña hablar del perfume y de la gracia de las plantas en flor. El que mide el curso de las estrellas con telescopio pulido por él mismo, graba en su sello la imagen de la rosa.
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CARL GEBHARDT, Spinoza. Editorial Losada, Buenos Aires, 2007. Traducido por Oscar Cohan.
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